Abran paso,
y mantengan la calma
La Diosa-del-Martillo
Se acerca corrosivamente.
Demoliendo los interiores
Terrestres.
Quebrando los medrosos
Montes de concreto y vidrio.
Fracturando los ábsides de la Divinidad,
Coronándose con la almena
Antigua, de piedra fortalecida.
Los espacios intercolumnios,
Son derribados por la fuerza
Trituradora de sus brazos dominantes.
Los horadares profundos,
Las fisuras pétreas,
Son huellas de su trayecto
Por el caos dimensional
Y su conculcación de la naturaleza.
Donde los mirmidones
Caen como ripios
En el agujero negro
E ignoto de su boca.
Su rostro es de anatema humana.
Tiene la mirada de fuego infinito
Con aliento de cianuro.
Forjada en los yunques
Del núcleo intrínseco-terráqueo.
Aleación anatómica,
Por siete metales de universo,
Constelado en crisoles ferruginosos.
La placa de metal laminado,
Bordado con finos hilos metálicos
Calentados al rojo vivo,
Envuelven su cuerpo irascible,
Atizado en el desastre abrasador.
Ella es el Martillo,
Que engrilleta el presente
Aprisionando al destino
En los momentos nefastos.
Portadora de destrucción necesaria,
Bebe la copa, con hiel vehemente.
Su lengua afilada,
Proclama el cambio drástico
De los ejes vertiginosos.
La Gran Mensajera
Resplandece
Entre los horizontes telúricos,
Acompañada por el Nuevo Aeon
Develado entre los sótanos
Interiores del conocimiento
Oculto y embozado,
De la humanidad.
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